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Somos peregrinos que a lo largo de caminos diversos penamos con destino a la misma cita (S. Exupéry, Cartas a un Rehén).
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De otras mañanas

Se arde por lo que no se puede tocar.  En mi caso, las mañanas.  La claridad de la aurora se espeja con lo virgen del espíritu. El alma, calma o alterada por algún sueño indeseado, se presenta como un campo abierto, receptivo. Violar ese tiempo iguala al sacrilegio. Como seres somos ontológicamente simbólicos. Vemos antes de comprender y recién ahí podemos explicar con palabras. El cielo clareando, con su refrescante silencio, son una invitación: olvidar los harapos del día anterior, escuchar, vestirse nuevamente, o quizás dejar que nos vistan.  Empiezo los días conturbada, se me arranca de la cama a un trabajo insípido. Lo que ya representaba una afrenta a mi humana trascendencia, se declara un llano combate. Como si fuera poco, me veo obligada a escuchar como primeras notas del día voces confusas, flotantes, que vomitan pequeñas dagas, como las de corsarios orientales. Busco la Voz y encuentro ecos impostados.  La comodidad, maldita trampa que idolatramos, me paraliza. La denominada

Banquetes, guerras y jardines

 Estos días estuve más ansioso de lo habitual. Encuentro mis jardines mal cultivados.  Hablando de jardines, acabo de leer el discurso de Agatón, en El Banquete. Dice que Eros solo se detiene donde hay flores, ya sea en el cuerpo o en el alma.  Cuenta Homero que Héctor, antes de enfrentarse con Aquiles, huyó de él, y perseguido y perseguidor dieron tres vueltas alrededor de Troya. Un espectáculo que mantuvo impresionados a los dos ejércitos y a todo el panteón olímpico. El mejor Héctor aparece en el canto XX o XXI de la Ilíada. Porque ahí emerge el Héctor más humano, el que tiene febriles accesos de cobardía, al punto de sentirse tentado a entregarles a los griegos todo lo que pedían, para terminar la guerra. El héroe que quiere rendirse. El que quiere escapar de su hado. Ese es el único campo fértil para ser héroe (Tyrion Lannister dixit ): la consciencia de la propia fragilidad y el deseo de abandonar todo y refugiarse en la ciudadela. Dejar de beligerar, diría Dolina.  Sócrates, seg

Ruiseñor

 ¡Ay de tí, pequeño ruiseñor! Que cantas con la primera aurora, ¿no sabes que aún no sale el sol? Inflamas tu pecho, gorgojeas imaginando el espectáculo de la paleta celeste,  sientes ya su calor pero ¡ay de ti!, ¿no sabes que aún no sale el sol? Mejor espera, quieto, en silencio, calmo el corazón. ¿Acaso no confías en tu Creador?

New-man, new-folk

No hay alma que no sea candidata a la inmortalidad.  El mundo es una prisión que hay que reventar para poder desplegar los dones con libertad.  Solo podemos comunicarnos con nuestros amigos a través de los sentidos, que apenas nos dan noticia de sus corazones.  El único negocio que vale la pena es la búsqueda de la verdad.  No debiéramos considerarnos parte del mundo más que los jugadores se consideran parte del juego mientras se desarrolla el partido.  El mundo es la escena de un conflicto más alto.  Estas son reflexiones de John Newman en " El mundo invisible ".  Somos un pueblo que hace dinero, expresa en algún pasaje, refiriéndose a Inglaterra.   ¿Qué clase de pueblo somos, si es que somos algo? ¿Qué verdades perseguimos? ¿Qué idea de bien tenemos? ¿Qué belleza nos hiere? Estas son preguntas que, al menos alguna vez, se hicieron las grandes naciones. Las respuestas difieren. Los griegos no dieron ninguna.  Yo aún tampoco. El hombre contesta sus preguntas existenciales con

Los treinta años y el lenguaje

Los treinta años son la edad en la que el hombre empieza a ser fiel a sí mismo, dice Ortega y Gasset. (El número no es azaroso: fue la edad en la que Jesús asumió su misión). Solo es posible comprender a otro hablando con el fondo insobornable de uno mismo.  La palabra es confesión: derrama. La palabra es religión: liga. Quiebra la radical soledad de los espíritus. La vida social está enferma. Finge proximidades.  Homero, siempre que describe diálogos entre personajes de la Ilíada, habla de "aladas palabras". No sé cuál es el giro semántico que habrá querido darle a la expresión, pero advierto un cariz negativo: las palabras nunca aterrizan en los corazones de otros, se quedan flotando, con jirones de alma en el interior. Y así, nos vamos deshaciendo (o des-siendo) y nos vamos distanciando. En el afán de rozar un alma amiga, la propia se termina donando al viento, y parte de ella ya no regresa. Queda suspensa en un cielo trajeado de esencias desprendidas. De acercamientos fru