Lunes. Pongo al mundo entre paréntesis para preparar un mate y salir al jardín, con un libro de Thoreau. Me acomodo en el banco viejo que, con el complemento del farol y la pared de ladrillo, hace que la reminiscencia de Narnia se imponga al observador atento.
Por primera vez en mucho tiempo, dejo que mi vista recorra las ramas que sufren espasmos por el tránsito del viento. Dejo que el sol me cure del frío. Escucho a los pájaros moverse debajo del aguaribay, haciendo caer sus frutos. Siento el olor del pasto recién regado por los aspersores. Un perro ladra a dos casas de distancia.
Los sentidos se desembotan, se reconstruyen, resucitan de su letargo y comienzan a dialogar entre sí, con las mismas fórmulas torpes de aquellos vecinos de un mismo piso que se reencuentran después de meses en un ascensor y que en el entretanto han perdido verba e interés, en proporciones equivalentes.
La analogía es precisa. Los sentidos y los vecinos hablan principalmente del tiempo, aunque con una connotación ligeramente distinta.
Mis vecinos me dicen que el mal tiempo ya pasó. Que es agosto. Que el invierno ya empezó la mudanza.
Mis sentidos me anuncian que el tiempo pasa. Me reprochan que todavía no mudo. Que mi interior sigue siendo opaco y no deja pasar la luz.
Me reclaman seriedad. Son inquilinos que hace rato vienen pidiendo mejoras y denunciando que el inmueble se encuentra prácticamente en estado de abandono.
Razón no les falta: me falta compromiso con la vida y sus agentes fundamentales Dios y mis seres queridos. El fuego y el agua salada. La música cósmica que desaloja las apariencias. Mi esencia, que quiere ser espejo de todo lo anterior, reproducirlo a escala.
Razón les sobra: no toco la tierra, no rozo las flores ni acaricio las almas.
El mundo lanza sus exigencias siempre pretéritas. Dice:
- Tenés que ser productivo (a toda hora).
- Es mejor hacer algo que no hacer nada (máxima discutible).
- Es mejor hacer varias cosas a la vez en lugar de una sola (máxima insalubre).
- Hay que capacitarse en todo momento para no perder el asiento en el vagón del tren que tocó en suerte.
- Tenés que invertir y saber de inversiones (conocimiento al que se ha dado el rango de meta-metafísico).
- Tenés que saber programación, inglés, y todos los géneros de lenguaje, incluidos los intercambios digitales, para no quedar incomunicado.
- Tenés que relacionarte con tus jefes, compañeros de trabajo y de estudio, todos tus amigos, tu familia, para no quedar di-sociado, para no ser un eremita (propósito loable).
- Tenés que trabajar de sol a sol porque así lo hizo tu viejo, tu abuelo y también Adán (somos pocos los que aún atesoramos la faena original).
- Tenés que estar al tanto de todo lo que sucede para tener temas de conversación en las reuniones (doy por descontado que casi nadie lee).
La masa tira desde distintos ángulos, la tensión hace jirones los trapos divinos. Lo informe ya te tropieza sin necesidad de la cruz.
Los afanes humanos siempre fueron criticables, pero ahora son decididamente absurdos y, mirados con cierta filosofía, patéticos. No tienen relación con la vida; no operan sobre ella. La propuesta es ir por un carril paralelo, acontecer en otra dimensión, la virtual, para que lo virtual sea lo que pueble nuestro mundo y piense por nosotros (en buena hora: alguien tenía que pensar).
Nos hemos convertido en herramientas de nuestras herramientas, dice Thoreau.
Hay un pasaje de Walden que me gusta especialmente y que amabilizo al lector:
"<<¡Cómo">>, exclama un millón de irlandeses surgidos de todas las chozas del país, <¿no es algo bueno el ferrocarril que hemos construido?>> Sí, respondo. Relativamente bueno, es decir, podrías haberlo hecho peor, no obstante, como sois hermanos míos, quisiera que hubieran empleado vuestro tiempo en algo mejor que excavar en esta suciedad".
Excavar en esta suciedad es hoy sinónimo de estudiar más para trabajar más para consumir más, todo bajo el pulso inquietante de la vanidad y del horror a lo caduco.
La universidad está más que nunca al servicio del mercado, que está menos que nunca al servicio del hombre, que a su vez no sirve a nadie.
"A whale-ship was my Yale and my Harvard", dice Ishmael, el protagonista de Moby Dick.
Yo también, como él, siento el picor de lo remoto.
Tengo nostalgia de lo real.
Lo siento hermano sol, cantaría San Francisco si estuviera físicamente entre nosotros.
Recuerda que eres hombre, agregaría Boecio por boca de la Filosofía, ese antiguo perfume que el existencialismo ha convertido en gas sarín.
Ya es hora de que alguien baje al calabozo y nos redima de la ceguera, al menos la sensorial.
Que nos devuelva el sentido de las pestañas, que, estoy seguro, fueron hechas para la lluvia.
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