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Mostrando las entradas de diciembre, 2023

Los treinta años y el lenguaje

Los treinta años son la edad en la que el hombre empieza a ser fiel a sí mismo, dice Ortega y Gasset. (El número no es azaroso: fue la edad en la que Jesús asumió su misión). Solo es posible comprender a otro hablando con el fondo insobornable de uno mismo.  La palabra es confesión: derrama. La palabra es religión: liga. Quiebra la radical soledad de los espíritus. La vida social está enferma. Finge proximidades.  Homero, siempre que describe diálogos entre personajes de la Ilíada, habla de "aladas palabras". No sé cuál es el giro semántico que habrá querido darle a la expresión, pero advierto un cariz negativo: las palabras nunca aterrizan en los corazones de otros, se quedan flotando, con jirones de alma en el interior. Y así, nos vamos deshaciendo (o des-siendo) y nos vamos distanciando. En el afán de rozar un alma amiga, la propia se termina donando al viento, y parte de ella ya no regresa. Queda suspensa en un cielo trajeado de esencias desprendidas. De acercamientos fru
 "Las piedras de una cantera no están en desorden más que en apariencia, si en la cantera hay un hombre que piense en los términos de una catedral" (Saint Exupéry, Piloto de guerra).

Una catarata

Abro los ojos lentamente, mi vista se acomoda a la falta de luz de la habitación de sillones marrones de mal gusto pero cómodos.  "Y?" Pregunta mi interlocutor. "Potente", finaliza.  Me río, lo misterioso de mi propia mente me divierte. El poder de los símbolos me imanta, la comprensión indecible que se ve estampada en imágenes interiores. Cada vez que me siento en estos asientos de los 90 me veo imbuída en la contemplación de una película de estreno que ya he visto, quizás el  re-make  de un clásico podría asemejarse.   Vuelvo al ensueño. Recuerdo la catarata. Sus aguas caían con una vehemencia infernal, ansiosas de derramarse; su alto, ancho y grosor era sobrecogedor. Me detengo en la imagen. El agua empuja con fuerza, el cristalino brilla, siento el frescor en la cara.  Bajo la mirada y veo un prado tranquilo, de un dorado pausado. La imagen calma es sedante, acogedora. Miro con mayor detenimiento: el prado es dorado porque refleja el brillo del sol en el agua qu

El primer rey de Narnia y el tío Andrew

 En el sexto libro de Las Crónicas de Narnia, el Sobrino del mago, figura el relato del génesis narniano. Aslan crea a los seres cantando, y les regala a los animales el habla, a la vez que les enseña la doble función del lenguaje: el humor y la justicia.  A los pocos eones, el mal se infiltra en la forma de una bruja, por culpa de la inocencia de un niño, Digory, quien la había despertado de un sueño que parecía definitivo.  Entre los espectadores de la creación, además de la bruja y Digory, se encuentran Polly (vecina de Digory), Andrew (el tío de Digory, que era una especie de hechicero menor) y un "cabby" o cochero que entró en Narnia -o lo que se disponía a ser Narnia- por pura casualidad.  Cada uno de ellos recibe una misión.  Digory, la de buscar una manzana en un jardín amurallado (una versión alternativa del Jardín de las Hespérides).  El cochero, la de ser el primer rey de Narnia.  En la cosmovisión de Lewis, hay que ser niño para tener unos minutos de recreo en el

Saint Exupéry, Machado y una variable moderna de las bodas de Caná

El mundo dispara al que vuela. Su horror a lo aéreo está expresado en la ley de gravedad: los pies deben ir embarrados, siempre.  Saint Exupéry fue testigo de esa verdad en carne propia. Los alemanes le dispararon, allá en Arrás, a modo de bienvenida y despedida al mismo tiempo. Él, mientras esquivaba los proyectiles nazis, enviaba los propios. Solo que estos presentaban una configuración distinta.  Eran versos. Hieren de otra manera. De un lado, en sentido ascendente, el deseo de esparcir la muerte. Del otro, en sentido contrario, la evocación de la niñez, el azul del cielo y las ciruelas. (Cómo olvidar el último verso de Machado en Colliure: "ese cielo azul y este sol de la infancia").  Los alemanes no estaban preparados para el intercambio.  En ese sentido, Exupéry fue un reformador más grande que Calvino y un transformador inferior a Cristo.  Al igual que Jesús cambió el agua en vino, el piloto francés cambió las balas por ciruelas.  Supo erigir una catedral en pleno vuel