Probablemente abunden reseñas de la serie El Encargado. Pero la idea de llegar después no me desalienta, pues como dice Borges no existe tal cosa como un Adán literario. Además, nadie llega antes, máxima que proclaman acontecimientos definitivos como el nacimiento y la muerte. Si sigo divagando, corro el riesgo de quedarme sin objeto y sin lector. Vuelvo al punto aclarando que aún no he empezado la tercera temporada. Nihil obstat. El Encargado pone en el centro del escenario a una clase que hasta ahora se mantenía al margen de la sátira: los llamados " new rich ", a cuya esencia nos introduce la fachada del edificio que custodia -o depreda- Eliseo, el encargado. Las columnas en forma de V anuncian la entrada a un submundo de cualidades dantescas, en el sentido infernal de la palabra. El moderno zigurat se encuentra parcelado en una serie de cajas ostentosas, en su mayoría habitadas por seres ambiciosos. En el arte de los departamentos predomina el motivo abstracto y el abus
Lunes. Pongo al mundo entre paréntesis para preparar un mate y salir al jardín, con un libro de Thoreau. Me acomodo en el banco viejo que, con el complemento del farol y la pared de ladrillo, hace que la reminiscencia de Narnia se imponga al observador atento. Por primera vez en mucho tiempo, dejo que mi vista recorra las ramas que sufren espasmos por el tránsito del viento. Dejo que el sol me cure del frío. Escucho a los pájaros moverse debajo del aguaribay, haciendo caer sus frutos. Siento el olor del pasto recién regado por los aspersores. Un perro ladra a dos casas de distancia. Los sentidos se desembotan, se reconstruyen, resucitan de su letargo y comienzan a dialogar entre sí, con las mismas fórmulas torpes de aquellos vecinos de un mismo piso que se reencuentran después de meses en un ascensor y que en el entretanto han perdido verba e interés, en proporciones equivalentes. La analogía es precisa. Los sentidos y los vecinos hablan principalmente del tiempo, aunque con una conn