La humanidad ya ha ofrecido todo lo que tenía para dar. Ha agotado todas sus reservas, llevado al acto todas sus potencias. Ya ha elaborado todo el arte de que era capaz, y ha olvidado su capacidad redentora. Ya ha exprimido su lenguaje, y cansada de su auge lo ha mutilado. Ya ha regado la tierra con santos para todos los gustos. Ha parido ya todos sus héroes. Todos sus buenos reyes y todos sus tiranos, déspotas y sátrapas. Todos sus gobernantes mediocres. Ya ha dado su provisión de alimentos, ha mejorado los productos de la tierra y justificado el paladar. Ya ha regalado su más alta expresión literaria, y ahora se dedica a hacer obras autorreferenciales, fácilmente digeribles, plagadas de personajes sin vocación de trascendencia. Ya ha suavizado el peso de la tierra con óperas, baladas, cantos épicos y canciones de cuna. Ahora, por una triste infertilidad, ha pegado la vuelta a los primeros balbuceos, al ruido sin melodía y a la letra sin levadura. Ya ha surtid...
Buenos Aires es, sin quererlo, la confederación que no pudo —o no supo— ser Argentina. Cada barrio es una polis, con reminiscencias de otras antiguas. Recoleta tuvo una época de plata en alguna medida similar a la de la Atenas de oro, la de Fidias y Sófocles. El esplendor de Palermo puede compararse al auge que en su momento tuvo Tebas. Parque Chas, en una asociación quizás más obvia, tiene algo de Creta. Pero, más allá de las diferencias fisonómicas entre los barrios, hay una mercancía habitual que puede encontrarse lo mismo en Villa Crespo que en Flores, porque la tiene cualquier porteño de raza. Es el ingenio. Un tesoro que cada vez está enterrado más abajo. Pero está. Es cosa de escarbar, y de escarbar mucho. Con el tiempo, tratar de encontrar el alma porteña y sus atributos será cada vez más parecido a un ensayo de paleontología. Ahora todas las polis porteñas enfrentan un largo periodo de decadencia, primero porque han perdido la identidad propia, después porque han perdido ...