Buenos Aires es, sin quererlo, la confederación que no pudo —o no supo— ser Argentina. Cada barrio es una polis, con reminiscencias de otras antiguas. Recoleta tuvo una época de plata en alguna medida similar a la de la Atenas de oro, la de Fidias y Sófocles. El esplendor de Palermo puede compararse al auge que en su momento tuvo Tebas. Parque Chas, en una asociación quizás más obvia, tiene algo de Creta. Pero, más allá de las diferencias fisonómicas entre los barrios, hay una mercancía habitual que puede encontrarse lo mismo en Villa Crespo que en Flores, porque la tiene cualquier porteño de raza. Es el ingenio. Un tesoro que cada vez está enterrado más abajo. Pero está. Es cosa de escarbar, y de escarbar mucho. Con el tiempo, tratar de encontrar el alma porteña y sus atributos será cada vez más parecido a un ensayo de paleontología. Ahora todas las polis porteñas enfrentan un largo periodo de decadencia, primero porque han perdido la identidad propia, después porque han perdido ...
Hace tiempo que no me visita ninguna musa. Desconozco el por qué. Supongo que debe haber alguno. A partir de aquí, el lector queda avisado, ingreso en el terreno de la especulación. En Pamplona las musas me acosaban, en Dublín directamente no me dejaban dormir. Buenos Aires es un monstruo gentil, me dijo un chofer de Cabify que huyó de Venezuela y juró -besando el dedo que figuraba una cruz- que no volvería. Su tierra lo echó con el gesto de brazos en paralelo, típico del que empuja, y otra tierra lo recibió con los brazos en paralelo un poco más abiertos, típicos del que abraza. Buenos Aires solía ser un campo fértil para la imaginación y la cultura. Era una meca para el artista. Aquí estuvieron Saint Exupéry y Ortega y Gasset (tiene un ensayo para los jóvenes argentinos que es magistral). A Neruda y Frida Kahlo prefiero no nombrarlos, no los tengo en gran estima. Y pese a que me lo intentaron explicar, todavía no comprendo la estima que otros les tienen, suponi...