Ir al contenido principal

El primer rey de Narnia y el tío Andrew

 En el sexto libro de Las Crónicas de Narnia, el Sobrino del mago, figura el relato del génesis narniano.

Aslan crea a los seres cantando, y les regala a los animales el habla, a la vez que les enseña la doble función del lenguaje: el humor y la justicia. 

A los pocos eones, el mal se infiltra en la forma de una bruja, por culpa de la inocencia de un niño, Digory, quien la había despertado de un sueño que parecía definitivo. 

Entre los espectadores de la creación, además de la bruja y Digory, se encuentran Polly (vecina de Digory), Andrew (el tío de Digory, que era una especie de hechicero menor) y un "cabby" o cochero que entró en Narnia -o lo que se disponía a ser Narnia- por pura casualidad. 

Cada uno de ellos recibe una misión. 

Digory, la de buscar una manzana en un jardín amurallado (una versión alternativa del Jardín de las Hespérides). 

El cochero, la de ser el primer rey de Narnia. 

En la cosmovisión de Lewis, hay que ser niño para tener unos minutos de recreo en el paraíso. Y hay que ser sencillo para poder gobernar. 

Aslan le da al cochero unos consejos similares a los que le diera el rey Lune a su hijo Corin en el quinto libro de Narnia ("El caballo y su niño"): ser el primero en un ataque desesperado y el último en la retirada, como también el último en usar ropas elegantes cuando el pueblo hambrea. 

El tío Andrew seguramente habrá recibido alguna misión. Solo que, en vez de la voz de Aslan, escuchaba ruidos ferales.

Era irremediablemente adulto para permanecer en Narnia. 

Por eso Aslan lo durmió, no ya para arrancarle una costilla adánica, sino para devolverlo a la rígida Londres. 

Era un mago que no creía en la magia. Incluso a la bruja se le permitió quedarse en el país de Aslan. Por más que creía en la magia con fines oscuros, creía en ella a fin de cuentas. Con eso pagó su estadía. 

Para ser socio se necesita, como aporte mínimo, una cuota de fe. 

Antes de volver a Londres, el tío Andrew estuvo en el mundo entre los mundos, una especie de punto intermedio entre la realidad y la fantasía. O, mejor dicho, entre la materialidad y la espiritualidad. 

Lewis debió haberlo dejado allí, como los tibios de la Divina Comedia condenados a esperar eternamente en la antesala del infierno. 

Cuenta el libro que el tío Andrew se redimió en cierta medida. Entendemos por ello que dejó atrás alguna parte de su disfraz de persona mayor. 

La madurez es un criterio peligroso de validación social. 

La teología no precisa la edad que tenían Adán y Eva cuando caminaban juntos por el Jardín. Pueden haber sido niños. No tenían vestido ni sufrían por el trabajo (lo que sugiere que veían sus cometidos como si fueran un juego). La ropa y el arado son símbolos del paso a la adultez. Y de condena.

El tío Andrew miró la creación de Narnia con ojos mercantilistas. El cochero, en cambio, fue capaz de contemplar. Rindió su inteligencia a la impresión.

Uno fue el primer desterrado. El otro fue el primer rey.

Cabify posiblemente sea una derivación de "Cabby". Cuando veamos uno, estemos atentos al conductor. 

Porque en cualquier momento puede ser llamado a gobernar un país remoto, fuera del tiempo.

En este mismo momento, un monarca debe estar levantando un pasajero y anhelando, entre el ruido y la furia de la ciudad, volver a acariciar el relieve de su escudo. Y levantar almas. 

The Great Horse Manure Crisis of 1894



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Defensa del tiempo ofendido

La vida es intensa pero no densa, en el sentido de que el andar, el trayecto, no tiene consistencia ni deja huella. Algo así dice Byung-Chul Han en su ensayo El Aroma del Tiempo . La obra tiene cosas de Pieper y de Heidegger, de quien aquel se reconoce discípulo.  Voy a darle algunas vueltas a esa tesis, o mejor dicho conjugarla con otras.  Nos hemos convertido en seres de rectas puras, renunciando al andar curvo que según Marechal es característico del hombre (o debiera serlo), y que por definición admite desvíos. No hay reposo porque el camino no ofrece posadas. O las hay pero por alguna razón no las vemos. No hay tiempo para demorarse.  Cuando leí las sensaciones que experimentó el protagonista de The Lord of the World,  de Benson, al viajar de la agitada Londres a la serena Roma, no pude evitar sentir cierta envidia. Mientras pasea por las calles de la Ciudad Eterna, observa "los cauces serenos de la antigüedad". Digo envidia pero, pensándolo bien, puede ser...

Lucano I

Hace tiempo que no me visita ninguna musa.  Desconozco el por qué. Supongo que debe haber alguno. A partir de aquí, el lector queda avisado, ingreso en el terreno de la especulación.  En Pamplona las musas me acosaban, en Dublín directamente no me dejaban dormir.  Buenos Aires es un monstruo gentil, me dijo un chofer de Cabify que huyó de Venezuela y juró -besando el dedo que figuraba una cruz- que no volvería. Su tierra lo echó con el gesto de brazos en paralelo, típico del que empuja, y otra tierra lo recibió con los brazos en paralelo un poco más abiertos, típicos del que abraza.  Buenos Aires solía ser un campo fértil para la imaginación y la cultura. Era una meca para el artista. Aquí estuvieron Saint Exupéry y Ortega y Gasset (tiene un ensayo para los jóvenes argentinos que es magistral). A Neruda y Frida Kahlo prefiero no nombrarlos, no los tengo en gran estima. Y pese a que me lo intentaron explicar, todavía no comprendo la estima que otros les tienen, suponi...

Alexandros I

Buenos Aires es, sin quererlo, la confederación que no pudo —o no supo— ser Argentina. Cada barrio es una polis, con reminiscencias de otras antiguas. Recoleta tuvo una época de plata en alguna medida similar a la de la Atenas de oro, la de Fidias y Sófocles. El esplendor de Palermo puede compararse al auge que en su momento tuvo Tebas. Parque Chas, en una asociación quizás más obvia, tiene algo de Creta. Pero, más allá de las diferencias fisonómicas entre los barrios, hay una mercancía habitual que puede encontrarse lo mismo en Villa Crespo que en Flores, porque la tiene cualquier porteño de raza. Es el ingenio. Un tesoro que cada vez está enterrado más abajo. Pero está. Es cosa de escarbar, y de escarbar mucho. Con el tiempo, tratar de encontrar el alma porteña y sus atributos será cada vez más parecido a un ensayo de paleontología.  Ahora todas las polis porteñas enfrentan un largo periodo de decadencia, primero porque han perdido la identidad propia, después porque han perdido ...