Hoy la comunicación es intercambio de monólogos, según Kohan.
Hoy estamos más conectados que nunca, y también más agobiados.
El agobio de la comunicación asincrónica viene expresado en la consciencia del diálogo pendiente o, mejor dicho, del monólogo que hay que escuchar o leer, para luego devolver el propio.
El diálogo de antes, por teléfono, era un fenómeno espontáneo. No era concebido como obligación que flotara en el éter mental. Alguien llamaba, y si por alguna razón el receptor no se dignaba a cumplir el papel esperado, este no se enteraba nunca de que alguien deseaba llamarlo. Poniéndolo en otras palabras, no era consciente de la agresión. Ni asumía responsabilidad alguna. Era feliz en su ignorancia; no tenía ante sí el imperativo de activar los mecanismos del lenguaje para responder a la iniciativa de un otro.
En lo que a mí respecta, busco el diálogo en ámbitos cuidados, en escenarios escogidos. A salvo, en la medida de lo posible, del marco que propone la civilización para intercambiar ideas: el ruido, la tecnología y los tópicos impuestos.
Y ya situándonos en la medida de lo imposible, a salvo de esa máscara llamada vanidad.
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