La vida es intensa pero no densa, en el sentido de que el andar, el trayecto, no tiene consistencia ni deja huella. Algo así dice Byung-Chul Han en su ensayo El Aroma del Tiempo . La obra tiene cosas de Pieper y de Heidegger, de quien aquel se reconoce discípulo. Voy a darle algunas vueltas a esa tesis, o mejor dicho conjugarla con otras. Nos hemos convertido en seres de rectas puras, renunciando al andar curvo que según Marechal es característico del hombre (o debiera serlo), y que por definición admite desvíos. No hay reposo porque el camino no ofrece posadas. O las hay pero por alguna razón no las vemos. No hay tiempo para demorarse. Cuando leí las sensaciones que experimentó el protagonista de The Lord of the World, de Benson, al viajar de la agitada Londres a la serena Roma, no pude evitar sentir cierta envidia. Mientras pasea por las calles de la Ciudad Eterna, observa "los cauces serenos de la antigüedad". Digo envidia pero, pensándolo bien, puede ser...